Busca en este blog

martes, 31 de diciembre de 2013

Adios, 2013, adios...

Hoy es el último día del año y toca (porque los seres humanos somos así: de ciclos; y si no separamos los ciclos nos da la impresión de que el tiempo pasa demasiado despacio o demasiado deprisa) parar un segundo a reflexionar. Ha sido un año raro. Raro, porque todos pensábamos que habíamos tocado fondo y arrancábamos 2013 con un hálito de esperanza mal disimulada, pese a las vocecillas (internas y externas) que nos recordaban que no, que estábamos mal y podíamos estar peor. También porque, mal que nos pese, hemos podido confirmar que estamos programados para discrepar. Y ya puestos a discrepar, hemos discrepado en casi todo. Raro porque ni tan siquiera el optimismo estaba bien visto (más bien al contrario: ha habido momentos en los que ver el vaso medio lleno ha sido tachado de ilusorio, e incluso de cosas peores) y hemos rozado con los dedos la desesperación de los más cercanos, y casi que la propia. Raro porque nadie estaba de acuerdo con nadie y era difícil asistir a un encuentro con amigos o familiares sin que nos enzarzáramos en incruentas (o a veces no tanto) trifulcas a colación de temas que nunca debieron salpicar nuestras charlas, disputas que creíamos (y deberíamos) haber olvidado. Hemos visto a gente feliz dejar de serlo. Y a gente, de natural tristes, aún más tristes. Hemos visto a hermanos llorando de rabia. A amigos perder su orgullo. Y a otros amigos dejar de serlo. Nunca sabremos bien por qué en realidad. Raro porque hemos sufrido la presión. La incomprensión. Y momentos de colera. De pena. De ira incontrolada. Hemos vivido injusticias que nunca esperamos. Sí, toca reflexionar: ha sido un año raro.

Pero termina hoy.

Y, por fortuna, también hemos visto a gente luchar. Y eso nos anima a seguir luchando. Y, por fortuna, hemos visto a gente reír. Y eso nos anima a seguir riendo. Y, por fortuna, hemos visto a gente triunfar. Y eso nos hace sentirnos esperanzados. Y hemos hecho daño a otras personas, por acción u omisión. Y eso nos hace recordar, si lo asumimos, que podemos, sí, aún podemos, ser un poquito mejores. Es lo mínimo a lo que podemos aspirar. Aunque es probable que volvamos a cometer, una y otra vez, los mismos errores; y que hiramos de nuevo: pero puede que también terminemos aprendiendo. Poco a poco.

Yo hoy soy más feliz que hace un año. Cuesta reconocer estas cosas a veces (en eso somos todos muy humanos: la felicidad es una ilusión, y siempre va de dentro hacia fuera; sólo que a veces se pierde por el camino). He perdido, como casi todos, un poquito de mi inocencia en 2013. Pero sigo aquí. Y sigo en pie. Con eso me basta para poder soñar. Pero no en una utopía desvencijada que no volverá, que tal vez nunca estuvo: no. Deseo pensar que todos estos años de caída libre hacia un agujero en ninguna parte, de sinsabores, de pánico, de pérdida, han servido de algo. Al menos para reestructurar nuestras realidades.

No hay comentarios:

Publicar un comentario