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lunes, 21 de octubre de 2013

Lo que tiene que ver la velocidad con el tocino

De esos días en los que te levantas algo asqueado (incomprensible cuando los malos tienen más derecho que los buenos) y empiezas a utilizar un ejemplo vital para tratar de aplicarlo a tu trabajo cotidiano. Porque, de hecho, eso es lo realmente interesante de la vida y del trabajo: ser capaz de extrapolar los aprendizajes de la una al otro, y viceversa.

Hablando de la soga en la casa del ahorcado, me ha dado por pensar en las relación existente en la aplicación de la doctrina Parot con el desarrollo de estrategias en social media. Sé que parece una perogrullada: pero todo está conectado. Y cuando digo todo quiero decir todo. Pongámonos en una posición de partida plausible: imaginemos que soy un reputado estratega en el ponzoñoso campo del marketing digital. Y gestiono una cuenta multimillonaria, de esas que me dan de comer a mí y a todos mis compañeros (pero a mí primero) pero que absorbe, maldita, ya no solo el tiempo de gran parte de los recursos humanos, sino también la energía y los aprendizajes de todos ellos, comenzando por mí (porque, recuerdo: a la velocidad a la que avanza esto, despistarse es morir). Pero es lo que hay. Diseñamos las actividades en medios sociales, detallados planes editoriales y calendarios exhaustivos, los vinculamos a una serie de resultados, tanto en notoriedad como en generación de cierta tipología de registros y medimos, hasta la extenuación, la eficacia de cada una de las pequeñas acciones ejecutadas, con el fin último de satisfacer hasta la más mínima necesidad de nuestro cliente (la competencia es feroz: y nada en esta vida está asegurado; y cuando digo nada quiero decir nada). El reporte global termina siendo la suma de los reportes parciales. Y es en cada reporte parcial, de cada medio social, de cada acción, en los que determinamos el retorno de la inversión, que proyectamos subjetivamente a la totalidad de la cuenta. Prueba superada: somos guays a los ojos del que nos paga, porque justificamos nuestro coste con creces en base a los parámetros que emplean para evaluarnos.

En esas estamos cuando, de repente, un día, sin venir a cuento, se nos exige dejar de medir los resultados acción por acción, medio a medio, para estandarizar una nueva métrica basada en lo global en lugar de en lo particular. Una métrica que perjudica notablemente el resultado de nuestra gestión de la cuenta, dado que todo se ha enfocado en hacer rentables cada una de las acciones de manera independiente y no se han tenido en consideración determinados parámetros que, ahora sí, el cliente ha optado por repercutir de manera alícuota en cada línea de trabajo. Estamos jodidos (vulg.: persona triste, cansada o enferma). Porque, aunque por fortuna todo tiene arreglo, y seríamos capaces de reconducir los cálculos de rentabilidad al nuevo modelo arrancando desde ya, todo lo hecho hasta el momento está perdido (en términos de satisfacer al cliente y, por ende, de luchar por la conservación de la cuenta). Y la única alternativa viable es agachar la cabeza, pedir perdón (no sabes muy bien por qué) y rezar para que se apiaden de ti en ese periodo indeterminado de tiempo en el que sabes a ciencia cierta que la eficacia de tu trabajo quedará en entredicho por un quítame allá esas pajas.

Pues esa es la impresión que a mí me da. Que aunque tengamos la conciencia tranquila porque entendemos que hemos hecho lo correcto, resulta que cuando alguien desde una posición superior cambia las reglas del juego, no te queda otra que aguantarte.

Y es todo lo que tengo que decir al respecto.

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