Ese pasado es tan reciente que, en ocasiones, da la impresión de que era como un mal sueño o un viaje astral a una realidad paralela. Y es, sin duda, ese pasado el que hace, si cabe, más penosa la realidad en la que amanecemos cada mañana. No es que viviéramos por encima de nuestras posibilidades (yo de las mías nunca): sencillamente no concebíamos que nuestras nóminas se agostaran: que nuestras empresas dejaran de vender, que nuestros empresarios (casi igual de sorprendidos que nosotros) empezaran a ser tratados como leprosos en los bancos, que renegociar las deudas se convirtiera en un deporte de riesgo al alcance de muy, muy pocos, que esas cuotas y esos intereses que apenas suponían un ínfimo porcentaje de los ingresos se convirtieran en un escollo insalvable una mala mañana (anda, como a España); en definitiva: no imaginábamos que llegaría un momento en el que, sencillamente, no tendríamos con qué seguir pagando.
Y es ahora cuando nos vemos convertidos en "nuevos pobres". Quizás no pobres de solemnidad (no todos, por suerte, al menos). Pero pobres, al fin y al cabo. Pobres. Temo el día (porque lo veo posible e incluso cercano) en el que al pararme en un semáforo o al entrar en un vagón del Metro reconozca la cara de una de las muchas persona que, a cada instante, se acercan (avergonzados en algunos casos) rogando por una limosna. Temo el día (porque lo veo posible e incluso cercano) en que me cruce con aquel vecino (que me consta lleva meses sin pagar las cuotas de la comunidad y malvendió su lujoso coche alemán) entrando en Cáritas porque ni le alcanza para comer. Pero, sobre todo, temo el día (porque lo veo posible y cercano) en el que salgamos de este agujero (porque saldremos, poco a poco, a pico y pala, aunque no parezca sencillo) y olvidemos todo lo que este oscuro periodo nos ha enseñado: que no seamos capaces de hacer por nuestros hijos lo que nuestros padres (porque para ellos era lo natural: y cada generación estaba predestinada a vivir, por derecho, mejor que la anterior) no hicieron por nosotros.
¡Hola Jordi!
ResponderEliminarTe felicito por hablar en tu blog de un tema que nos preocupa a las personas con sensibilidad humana. La verdad es que es muy angustiosa la situación que se vive en el país y lo único bueno que podremos sacar de esta crisis si tenemos la suficiente sabiduría, será aprender como sociedad a vivir en la medida que nos permitan nuestras posibilidades y ser previsores para futuros posibles malos períodos. Yo al igual que tú siempre he vivido ajustándome a mis ingresos, quizás porque tuve la suerte de ser hijo de padres mayores que habían vivido la guerra y posguerra y me enseñaron la importancia de una cierta austeridad.
Espero que la solidaridad y el menor materialismo de este período se quede entre nosotros cuando todo haya pasado..
Por otra parte, aunque hacía tiempo que interactuábamos en Google Plus no conocía tu blog, que encuentro bastante interesante y voy a seguir a través de Google Friend Connect.
Un abrazo :-)
Gracias, Alfredo... Errar es humano, así que no queda otra: lo importante es aprender.
EliminarY ese es nuestro gran fallo, el ser humano tropieza siempre con la misma piedra. Por eso se dice que la historia es cíclica, que todo vuelve, lo bueno y lo malo.
ResponderEliminarBueno, rectifico. Sí olvidamos, pero sólo lo que conviene olvidar. Tenemos esa odiosa capacidad.
Siento poner un comentario tan poco optimista pero últimamente sólo siento decepción.
A parte del post, me parece genial que abordes este tema, para comenzar a no olvidar, lo mejor es escribirlo y repetirlo, y volverlo a escribir...
Gracias Jordi ;)
Gracias a ti: y no es falta de optimismo, sólo un pequeño bache: pasará, seguro. Yo, como no soy canibal...
EliminarRealmente es una lástima Jordi, pero no puedo más que ver reflejada la realidad de estos últimos meses (a mi alrededor) en tu post.
ResponderEliminarEsperemos que tanto el vecino del choche Alemán como nosotros realmente nos olvidemos rápido de esto, porque eso significara que ya quedo atrás ;)
Buen post, aunque un baño de cruel realidad, un abrazo y feliz finde.
Gracias, José. Pero mejor no olvidar, al menos no del todo... Quien olvida su historia, está obligado a repetirla.
EliminarYo creo que no vivíamos por encima de nuestras posibilidades: los bancos nos permitían pedir un crédito (y dos, y tres), las empresas pagaban puntualmente a sus empleados, les deban anticipos, daban sobrevaloraban determinados trabajos, ... y todo el mundo intentó sacar tajada del ladrillo, particulares incluidos.
ResponderEliminarLo verdaderamente catastrófico, desde mi punto de vista, es que cuando todo fue a mal fuimos a pedirle ayuda al Estado, y resulta que estaba igual o peor que nosotros. La deuda pública por las nubes, la prima de riesgo en tensión, las prestaciones cada vez más a la baja, ... Los ciudadanos somos responsables de nuestra gestión particular, que es sólo la nuestra, y pagaremos por ello el pan y la sal, pero ... ¿quién es responsable de que el Estado del Bienestar fuera una quimera?, ¿quién responderá por esto?
Todos responderemos, Octavio... por desgracia.
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